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Sexo - Notas sobre sexo

Tan rico que es el sexo anal

(Material solo para adultos)

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Nunca nos han explicado que una de las tareas claves del organismo es darnos placer.

El culo es una de las muchas maravillas en ese territorio cercano e inexplorado que es el cuerpo de uno. Lo que nos han enseñado de nuestro cuerpo ha hecho que ese espacio en el que vivimos nuestra vida parezca ajeno y desconocido, sentir asco del culo hace parte de este absurdo. Nos han dicho que nuestro cuerpo es una especie de geografía que está dividida en zonas con diferentes fines. Que el cuerpo –y sus partes–tienen funciones preestablecidas: con el pene se orina y se embaraza; la vagina es para mear, preñarse y parir (como si el clítoris fuera un adorno que hay que ignorar); y claro, que con el culo se caga, pero no se picha.

No sabemos cuándo ni cómo se decidieron estas funciones y fronteras, pero los criterios que dividen las zonas que son consideradas sexuales y no sexuales parecen privilegiar una visión meramente reproductiva sobre el sexo. Si las personas somos dueñas de nuestros cuerpos, ¿por qué permitimos que se nos impongan funciones e interpretaciones sin cuestionarlas? ¿Qué pasa si nos da la gana utilizar nuestro cuerpo para algo diferente a lo que nos dijeron?



La primera vez que me chuparon el culo, sentía que esa lengua húmeda moviéndose por cada arruguita de mi ano era de las cosas más deliciosas que había sentido en mi vida. Mi cuerpo, lleno de temblores involuntarios y gemidos profundos, me decía que quería más, pero una vocecita en la cabeza me desconcentraba. Pensaba que lo que estaba haciendo era ‘antinatural’ y cochino porque “por ahí se cagaba”. Me había comido el cuento de que mi cuerpo tenía zonas prohibidas para el placer, sobre las cuales ni yo misma tenía soberanía. Pero después de que varios labios mojaditos, lenguas bailarinas, dedos juguetones y vergas lubricaditas pasaran por mi culo, cambié de opinión.



También empecé a desmitificar el culo de mis amantes. Me di cuenta de que su penetrabilidad y sensibilidad era deliciosa. Comencé a disfrutar cuando les veía sus caras de dicha pidiendo más lengua o algún tipo de penetración. Ahora no encuentro nada más sexy que un tipo empoderado de su ano: me derriten esos mancitos que dicen abiertamente a sus amigos que les encanta que jueguen con su culo.



Me sueño un mundo con anos libres de tabúes. Deseo que la gente tenga la libertad de experimentar sus áreas, establecer sus límites y desdibujar los linderos impuestos. El ano no está hecho para nada, el ano lo usamos para lo que queramos (por algo es de nosotros). El ano se lame, se chupa, se penetra, se escupe y se soba porque, como escuché alguna vez en una protesta, “Mi culo es mío y yo decido”.

Autora: Matilda González Gil.
Enlace original El Espectador

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